Recientemente se ha estrenado la película ‘El Fundador’ protagonizada por el inquietante Michael Keaton (nunca dejaré de desviar la mirada ante sus cejas en forma de ‘V’ invertida y su mirada desafiante). El primer o uno de los primeros ‘Batman’ que desapareció de la pantalla hasta que volvió con una espectacular interpretación en ‘Bird man’, una película americana de humor negro del 2014 coescrita, producida y dirigida por Alejandro González Iñárritu. Con una batería incesante y un ritmo que te lleva al frenesí del personaje. Pero bien, continuamos con el objetivo de este post: el Big Mac. Esta última película dirigida por John Lee Hancock, director, entre otros, de películas como ‘The blind side’, por la cual Sandra Bullock recibió un Oscar; nos presenta de nuevo un caso real: la construcción del imperio Mc Donald’s.
Y aquí empieza el spoiler de la película de ‘El Fundador’. Ahora mismo me echaré piedras sobre el tejado porque si no la habéis visto os recomiendo que lo hagáis y en todo caso después leéis este post. Si ya la habéis visto, sois libres de conocer mi interpretación de la misma. Y los que seáis curiosos por naturaleza y no podáis esperar a ir a verla o no tuvierais pensado ir (pasan por delante otros estrenos como ‘Logan’, por ejemplo… no soy fan de los hombres lobo con patillas y cuchillos de adamantium saliendo del espacio existente entre los nudillos del puño, pero quizás vosotros sí), aquí va el post.
Y, ¿por qué escribir sobre el ‘Fundador’? Bien, porque escribir sobre esta película y su personaje protagonista, Ray Kroc, permite introducir varias reflexiones. La historia de McDonald’s Corporation, quizás conocida por alguno de vosotros, era totalmente desconocida para mí hasta hace unos días que descubrí que querer crecer, querer más, querer llegar a ser una macro cadena de comer rápido puede implicar pasar por encima de ciertos valores, de perder el sentido del inicio de un negocio que, por cierto, fue ‘robado’. Por lo tanto, el ‘Fundador’ no fue el verdadero fundador, sino que fue quien hizo que un local que en 1940 era propiedad de Dick y Mac McDonald, que ya había intentado moverse en el mundo de las franquicias sin buen resultado, confiara en Ray Kroc, un comercial hasta entonces mediocre, de unos cincuenta años, que hasta el momento no había conseguido su sueño, el sueño americano: crear algo realmente grande, reconocible en todo el mundo.
Un método innovador: hamburguesas por segundo
El día que Ray Kroc descubrió la metodología de Dick y Mac, que les posibilitaba hacer hamburguesas (de muy buena calidad) y patatas (peladas y cortadas una a una) en el mínimo tiempo, con un sistema semiautomático donde los trabajadores pasaban a ser engranajes en un ritmo frenético y calculado hasta el último segundo y trozo de pepino o cantidad de ketchup o punto de cocción de la carne. Todo con un envase final de papel y una bolsita y acompañado por un refresco. La gente se lo comía ante el mismo local y cuando acababa, todo se tiraba a la basura. Eso sí, los hermanos McDonald vigilaban cada detalle de su negocio. La calle estaba limpia, los bancos se acercaban para dar un lugar donde comer rápido y marchar (no hace falta un lugar dentro, fuera se está la mar de bien y los costes son mínimos). Ante una época en la que se traía la comida al coche, media hora después de pedirlo, ya frío y donde la inmediatez empezaba a ser un valor importante McDonald’s supuso un cambio de paradigma, un concepto de ‘fast food’ donde todo se servía caliente, pocos segundos después de pedirlo y donde el producto era único: hamburguesa con dos trozos de pepino, un poco (calculado) de ketchup y de mostaza (que se ponía con unos aparatos inventados por ellos para que la cantidad fuera la justa y la misma en todas las hamburguesas, nada más y nada menos, la justa), una hamburguesa bien hechas pero no demasiado, un envoltorio rápido de hacer (papel, de usar y tirar) y un tobogán donde se acumulaban hamburguesas una detrás de otra. Patatas peladas y cortadas y sacadas de la freidora justo cuando estan crujientes por fuera y blandas por dentro. Todo estaba calculado para dar la máxima satisfacción al cliente final: rápido y bueno, si es que patatas fritas, un refresco y una hamburguesa se puede considerar comida de calidad.
Una cocina hecha a medida para hacer mucho en poco espacio
Los diseñadores de interior, sobre todo los que se dedican a hacer cocinas de restaurantes, se lo pasarán a las mil maravillas con esta película. Resulta sorprendente cómo Dick McDonald, el cerebro de todo, consiguió que en el mínimo espacio se pudiera producir el máximo de comida en el mínimo tiempo con un personal entrenado y una distribución de la cocina pensada al milímetro. Sobre una pista de cemento y sólo con una tiza, unas cuántas horas, una escalera para poder mirar desde arriba y unos cuántos aspirantes a trabajar en el futuro restaurante (más que restaurante, cocina). Así se diseñó el sistema de ‘fast food’ auténtica, con un sentido, una intención y sin pretensiones; acabó siendo la semilla del actual McDonald’s Corporation, símbolo del ‘fast food’, del capitalismo, de la globalización y, sobre todo, de los Estados Unidos. Cómo se insiste en la película: McDonald’s es Estados Unidos y al revés. ¿Cómo se consigue, pues, que una cadena de hamburguesas rápidas pase a ser un símbolo de todo un país?
¿Una oportunidad de hacer crecer un negocio renunciando a qué?
Todo comenzó con uno ‘robo a mando armada’. Un par de hermanos que tenían un negocio, sí, con el objetivo de ganar dinero pero haciendo un producto en el que creían, que les daba para comer a ellos y a sus trabajadores, que consistía en otro concepto, en innovar la manera de la comida para llevar. Unos hermanos que confiaron en un soñador que vio en aquello que ellos habían creado, una oportunidad de negocio mucho más allá. Una red de franquicias donde estuviera cuidado hasta el último detalle y que fuera reconocible por los famosos ‘arcos dorados’, idea también de Dick McDonald, no de Ray Kroc. Él lo vio y entendió el potencial mucho más allá. Esto tampoco es malo. En la película se insiste en la perseverancia, en la insistencia. No valen sólo las buenas ideas, ni los creativos, ni los creadores de nuevos conceptos, si no tienen al lado alguien que suba su proyecto ‘a lo más alto’, que lo convierta en un negocio que más allá de cubrir costes dé resultados millonarios y sea reconocible de punta a punta de los Estados Unidos. Ahora ya, de punta a punta del mundo. ¿Esto es bueno o malo?
En un momento de la película en la que Ray Kroc está obsesionado en abaratar costes porque ve que vivir de vender hamburguesas no le reporta lo que él quiere, aparece el concepto de helado hecho a partir de leche en polvo, sin necesidad de grandes cámaras frigoríficas, caras, que consumen energía, que ocupan espacio. Total, el resultado era el mismo: un batido con el mismo sabor: ¿por qué no? Los hermanos no querían y su contrato decía que todas las decisiones sobre aquello que se hiciera en las franquicias tenía que estar aprobado por ellos, un par también de soñadores pero con no tantas aspiraciones. Sencillamente querían hacer un buen producto, vivir tranquilos y ser auténticos y fieles a su idea inicial. Los hermanos se negaron pues a este concepto de helado y dijeron: ‘¿Y el siguiente paso cuál será? ¿Patatas congeladas?’. ¡Exacto! ¡Acertaron! Este sería el siguiente paso después de otros muchos: carne de baja calidad, ingredientes más baratos, menos necesidad de personal (menos sueldos), batidos en polvo (menos energía). Todo se estaba transformando en dinero, dinero y dinero. Pero todavía no era suficiente.
El negocio no son las hamburguesas
Y entonces viene el punto clave de la película y de la historia de McDonald Corporation. Insisto en que este post es un ‘spoiler’ así que si queréis parar, aquí podéis parar de leer. Y el punto clave, como decía, era que: el negocio no estaba realmente en las hamburguesas, sino en la compra de todos los solares donde están las franquicias (y aquí entran los inversores y los préstamos) y en la creación de un negocio inmobiliario paralelo al anterior. Así las entradas de capital se estabilizaban (alquileres) y crecía el poder de decisión sobre lo que se hacía en la propiedad, en el terreno, incluso en la propiedad de los hermanos McDonald. Así pues, McDonald no es una empresa de comida rápida, ¡es una inmobiliaria! Quizás tú lo sabías, yo no, y me sorprendió. Y aquí es donde empieza a caer dinero del cielo y el producto central, la hamburguesa, pierde su protagonismo y su autenticidad inicial. La marca ya está colocada, Estados Unidos y McDonald son lo mismo. El marketing lo ha situado donde quería estar y el sistema capitalista le permitirá ser más rico de lo que nunca Ray Kroc había imaginado.
Y esta es la historia. El fundador en realidad es un ‘ladrón’ de ideas, pero se le reconoce como un emprendedor, un ‘visionario’ capaz de convertir un simple negocio de hamburguesas rápidas en un negocio inmobiliario en todo el mundo que transmite sentimiento de pertenencia a una manera de hacer y de vivir que todavía hoy en día funciona. La reflexión es cómo esto ha pasado con otros muchos productos, que han perdido su autenticidad y objetivo inicial por querer más, por tener más, por ser alguien importante, ¡por ser un ganador! Y detrás de los cuales han habido muchos ‘emprendedores’. Se dice que McDonald es símbolo de los Estados Unidos, del ‘fast food’, del capitalismo y de la globalización. No es el único pero es un ejemplo claro de lo que puede pasar cuando un negocio familiar, artesanal, ya eficiente e innovador se pone en manos de ‘visionarios’ que apuestan por un modelo donde el capital, y no las personas, es lo más importante.
Ahora que los consumidores empezamos a reclamar buena calidad, salubridad, sostenibilidad y un mundo más justo, empresas como McDonald se lavan la cara, incluyen la ensalada en su menú, y hamburguesas para celiacos o para vegetarianos. Estrategias para sobrevivir en un mundo en el que las personas han visto que el sistema capitalista y la globalización han llevado a las desigualdades, a la inequidad, a la concentración de poder y de dinero, a la pérdida de valor añadido, a olvidarse de lo que es mejor para sus clientes, y para sus no-clientes. Para el mundo. ¿Lo conseguirán? ¡Seguro que sí! Mientras, los pequeños negocios como el de los hermanos McDonald seguirán luchando día a día para ofrecer lo mejor de sí mismos y lo mejor para todo el mundo. No tengo tan claro que lo consigan pero yo apuesto porque así sea. Crecer no tendría que ser sinónimo de perder valores, pero hasta ahora así ha sido: deslocalización, abaratamiento de costes, pérdida de derechos humanos… Menos costes, más beneficios: ‘¡Todo por la pasta!’ En este juego todo vale menos perder dinero. Yo no quiero jugar a esto, ¿tú?
Para saber más, si quieres:
- 14 frases célebres de Ray Kroc (en algunas coincido).
- La historia de McDonald Corporation (según Viquipèdia)
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