Se necesitan nuevas narrativas y generar relatos en positivo que nos apetezcan. Porque si no somos capaces de imaginarnos el futuro que queremos, ¿cómo se supone que debemos llegar?
Prepárense que viene una buena ‘turra’: “Que el mundo se acaba. Que la sequía nos tiene con el agua al cuello. Que por más que reciclemos no vamos a solucionar nada. Que no paramos de comer y mear plástico. Que estamos vendidos a las grandes corporaciones. Que la política está podrida. Que el futuro no existe.”
El desarrollo sostenible, según Andreu Escrivá en su libro Contra la sostenibilidad (Arpa, 2022), nos ha permitido eludir la imposibilidad física de mantener un crecimiento infinito en un planeta finito. Según el autor valenciano “la sostenibilidad es el mayor ejercicio de greenwashing de la historia” . Reconozco que cuando leí su libro me hundí bastante, pero también me hizo cuestionar mi propio trabajo y mi activismo. Porque el desarrollo sostenible nos ofrecía una solución perfecta: mantener nuestros privilegios y vivir bien pero sin estropear el medio ambiente y, por lo tanto, a nosotros mismos. Quizás ha llegado el momento de poner en duda aquellas certezas que nos hacen levantarnos cada mañana y empezar a hacernos preguntas incómodas como: ¿Qué significa “vivir bien” y qué significa realmente para nosotros ‘desarrollo’ o directamente ‘futuro’?
No sé vosotros, pero cuando yo era pequeña y pensaba en el futuro todo era positivo: podré hacer muchas cosas, conocer gente, ser independiente, viajar, trabajar en algo que me guste, etc. En ningún caso pensaba que no podría respirar por la contaminación, o no podría comer por la toxicidad de los alimentos o la falta de éstos, o no podría soportar las altas temperaturas durante las noches tórridas del verano, o que me debería vacunar de nuevas enfermedades, etc. Entonces, todavía creíamos que los recursos eran ilimitados. Nuestros antepasados siempre habían ‘progresado’ y nosotros éramos la primera generación que no tenía mejores perspectivas que sus padres y madres. Pero, sin embargo, el futuro era esperanzador, con opciones y ganas de vivirlo con ilusión. Ahora no es así y la juventud nos lo dice claramente: ‘Nos han robado nuestro futuro’.
Hace unos meses hice una sesión sobre emergencia climática en la clase de mi hija pequeña, de 9 años, y les lancé la pregunta de cómo imaginaban el futuro. La respuesta debía ser un dibujo y en prácticamente todos los casos se representaba oscuridad y destrucción: contaminación, muerte, bombas, plástico, animales enfermos, humo, radiación, enfermedades, etc.; incluso ir a vivir a la Luna o a Marte. En ningún caso había naturaleza, optimismo y posibilidades entre sus garabatos y planetas Tierra. Y tampoco soluciones. ¡Niños y niñas de 9 años! Da mucha pena que incluso los niños hayan comprado este relato. De hecho, tampoco se lo ponemos demasiado fácil,los adultos, porque… ¿Cómo debemos transmitir algo que nosotros mismos no nos creemos?
¿Somos conscientes de la desesperanza que estamos transmitiendo a las nuevas generaciones, desde pequeños? ¿Y somos conscientes de la inacción que esto genera?
Pero volvamos al mundo de los adultos. Aunque parezca raro, en estos momentos estamos más dispuestos a aceptar que el mundo se colapsa y que no se puede hacer nada, que a aceptar que el capitalismo está terminado .Es decir, (desde las grandes corporaciones y gobiernos) nos han vendido un relato tan bien tramado y estructurado que preferimos tirar la toalla a plantearnos un cambio de hábitos y formas de vida. En este sentido, una de las conversaciones que más me gustan del proyecto “Nethünting. Trends to Impact” de Gema Requena es la que tiene con Marc Catalán (docente y speaker internacional) sobre “El futuro a través del diseño”. Entre muchos aspectos destacables e interesantes, él habla de cómo la escala humana (es decir, dónde nos sentimos capaces de provocar cambios) está muy lejos de la escala de los problemas planetarios actuales. Nos cuesta entenderlos y asumirlos. Y, sobre todo, entender que tenemos cierta capacidad de actuación. Por tanto, nos preincapacitamos y frustramos, y decidimos que no hay nada que hacer. Algunos seguimos cambiando hábitos y hacemos todo lo que podemos (intentando no caer en la ‘ecoansiedad’), pero en el fondo tenemos la sensación de que el futuro ya está escrito y que sólo nos salvará de nosotros mismos una plaga, otra pandemia, una invasión extraterrestre o, directamente, un colapso de lo que no dejamos de hablar pero que no sabemos realmente qué va a implicar. Hemos perdido la confianza en el ser humano. Estamos esperando que algo pete: nosotros o el sistema, que no deja de ser lo mismo. Todo el mundo lo sabe y nadie hace nada. Por eso están surgiendo movimientos tipo Extinction Rebellion que ante este pasotismo colectivo llaman la atención con acciones de guerrilla que responden a esa frustración que, en realidad, todos y todas sentimos de algún modo.
Esta reflexión sobre si el futuro está o no escrito fue uno de los hilos conductores de un debate en el CCCB (febrero de 2023) con el autor Isaac Rosa, que presentaba su libro Lugar seguro (Planeta, 2022) en el marco de ‘Ecologías de la esperanza. Relatos, emociones y crisis en un mundo en crisis’. Su novela, con un tono divertido y entrañable, pone en duda los argumentos que utilizamos para sentirnos mejor frente a la incertidumbre actual, en un momento en que la ficción sobre el futuro se ha vuelto exclusivamente distópica, haciendo suyo el discurso dominante del miedo. El escritor insistía en la necesidad de negar la evidencia de un futuro anunciado. Según él, tenemos más poder de lo que pensamos para cambiar el futuro y hacer que sea como quisiéramos; podemos evitar caer en ‘un sálvese quién pueda y comprar un búnker low cost’.
Siguiendo esta línea empoderadora, Joanna Macy y Chris Johnstone hace décadas que se dedican a trabajar en la recuperación de la esperanza, pero pasando a la acción. De ahí el nombre de la metodología Esperanza activa (7aGen, 2018), que se centra en cómo transitar ese estado de decepción ante un futuro incierto y en crisis global y pasar de la gratitud a la acción. Según esta filósofa y este psicólogo, respectivamente, es necesario reforzar las comunidades para hacer frente a los retos presentes y futuros, e incluso la amenaza del colapso puede hacernos más conscientes de cómo nos necesitamos en realidad.
Y en esta línea de la importancia de no ser autosuficientes y necesitarnos unos a otros, Noam Chomsky, en su libro Cooperación o extinción ( Penguin Random House, 2020) hace tiempo que pone estas dos opciones sobre la mesa: o cooperamos y nos organizamos, o acabaremos desapareciendo como humanidad. No podemos hacer frente individualmente a los retos que tenemos ante. Lo cito textualmente porque no podría escribirlo mejor: “La alarma de una extinción inminente no puede pasarse por alto. Debería constituir un eje central firme de todo programa de concienciación, organización y activismo… Pero, al mismo tiempo, no puede desplazar estos otros asuntos, en parte porque tiene gran importancia, pero también porque los dilemas existenciales no pueden abordarse de manera eficaz a menos que haya una conciencia y una comprensión generalizadas de lo urgentes que son…No tiene sentido propugnar la militancia cuando la población no está lista para ella, y para conseguir que lo esté no hay más secreto que el trabajo paciente. Puede resultar frustrante, si se considera que las amenazas existenciales son inminentes y muy reales, pero, en cualquier caso, son etapas preliminares que no se pueden saltar.”
Creo que es muy sabio y reconfortante comprobar cómo un activista político y gran pensador como Noam Chomsky pide conciencia, comprensión y paciencia. Hay que preparar a la ciudadanía y eso no se hace en dos días, por muy grave que sea el problema. Si queremos un futuro diferente al que nos están vendiendo y ya nos hemos creído, si queremos hacerlo posible, es necesario que la gente haga suyo el problema y quiera avanzar colectivamente. Y esto es trabajo “de hormiguita” que deberemos seguir haciendo, aunque el estrés del colapso nos pise los talones.
No podemos dejar que la sombra amenazante de un final anunciado nos desmotive, nos desorganice y nos saque corriendo a comprar el primer búnker lowcost que encontremos. Las prisas nunca han sido aliadas de la reflexión y organización, dos valores que ahora necesitamos más que nunca..
Últimamente, como se nota, estoy leyendo mucho a varios autores y autoras para encontrar estas nuevas narrativas y también estrategias de acción, de las que hablaba al principio. Y me gusta especialmente que allí donde estoy encontrando algunas respuestas es en artículos, libros y podcasts de profesionales que no son especialistas en sostenibilidad. Siempre he creído y practicado la multidisciplinariedad, y en momentos de escepticismo hacia mi disciplina (ciencias ambientales) he ido investigando desde otras muchas. Y en esta búsqueda me recomendaron el libro Los Palacios del Pueblo (Capitán Swing Libros, 2021 ) deErik Klinenberg, sociólogo estadounidense. Según él, existe un camino para superar este presente y futuro desesperanzadores: no se trata únicamente de compartir valores, sino de compartir espacios. Las bibliotecas, plazas, parques, etc. son sitios donde se dan conexiones cruciales. Se trata de la infraestructura social y el papel esencial que juegan los espacios sociales en la reparación de la vida cívica. Mientras leía recordaba uno de los consejos que Isaac Rosa hizo en el debate de presentación de su libro: “Si quiere ser activistas y mejorar su presente y futuro, no deje de pasear y ocupar las calles”. Así de sencillo. Si perdemos los espacios públicos y las conexiones que se dan, perderemos la libertad, y el miedo ocupará también nuestras calles.
No se trata únicamente de compartir valores, sino de compartir espacios. Se trata de la infraestructura social y el papel esencial que juegan los espacios sociales en la reparación de la vida cívica. .
Quizás, desde la educación y comunicación ambiental estamos pidiendo a la ciudadanía que separe los residuos o que no los genere, que consuma menos de todo, en conclusión, que cambie sus hábitos; y nos estamos olvidando de recordarles que se relacionen con su vecindario, que hagan cenas en la calle en verano, que colaboren en asociaciones locales y que, sencillamente, sonrían y digan buenos días o tardes a la gente que conozcan y se crucen por la calle. Porque lo que nos hará más resilientes ante cualquier amenaza es la comunidad con la que nos relacionamos y donde nos sentimos seguros. Pero seguros de verdad y, además, en compañía. En este sentido, esta noticia sobre el movimiento République des Hyper Voisins explica, precisamente, cómo se puede gestar una revolución en las calles de una ciudad como París, empezando por un ‘bonjour’ organizado. El experimento anima a la gente no sólo a saludarse más en la calle, sino a interactuar a diario mediante programas de ayuda mutua, compartir habilidades voluntarias y reuniones organizadas.
El futuro distópico que nos han vendido no cuenta con que la gente hable, o se organice y colabore. Porque no es fácil. Porque el sistema nos ha enseñado a ser individualistas y encerrarnos en casa sin preocuparnos por nuestros vecinos. No se trata de ir por la calle saludando a todo el mundo (como dicen mis hijos que hago constantemente por el barrio), aunque sienta muy bien; se trata de sentir que no estamos solas ni solos, que el futuro que queremos está por definir y que aunque las evidencias científicas nos digan que nos acercamos al punto de no retorno, no nos estresaremos ni nos esconderemos debajo de la cama. Porque además, mientras afrontamos la situación, salimos a la calle y la disfrutamos, conocemos a la gente que nos rodea y nos organizamos para hacer frente a los retos evidentes que tenemos; también sentiremos mayor felicidad. Y aunque el futuro es importante, lo es también el presente. Y avanzando también hay que tomar aire, respirar y sentirse viva.
Sentir que no estamos solas ni solos, que el futuro que queremos está por definir y que aunque las evidencias científicas nos digan que nos acercamos al punto de no retorno, no nos estresaremos ni esconderemos bajo la cama .
La ‘turra’ ha sido importante. Si habéis llegado hasta aquí, os felicito. Realmente no era fácil. Pero, y ahora, ¿qué hago? ¿Qué hacemos? De momento, descansa, coge un libro y encuentra un rinconcito tranquilo donde leerlo un rato. Y después ya nos encontraremos y organizaremos para pensar qué futuro queremos y ver cómo lo hacemos para hacerlo posible. Sea como sea lo haremos juntas y juntos.
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