Resulta que no sólo Red Bull te da alas. Tampoco una situación económica resuelta o estable. Ni tampoco no tener pareja o familia establecida. O poder meter todas tus posesiones en una mochila y viajar llenándola de experiencias… Lo que nos da alas, lo que nos hace sentirnos seguros, felices, cómplices, partícipes… es sentirnos parte de una comunidad: desde una escalera, a un vecindario, a un barrio, un pueblo, una ciudad, un país… Las escalas son múltiples, pero no me digáis que en ocasiones, quizás contadas, no habéis notado el gusanillo en el estómago de sentiros parte de algo más grande. Quizás suena muy abstracto o utópico, e incluso místico, pero no es así. Me estoy refiriendo a pasear por tu barrio, saludar a los tenderos, cruzarte con los padres de los compañeros del cole de tu hijo, acudir a actos populares amenizados por un par de altavoces y un valiente con guitarra, a compartir miradas cómplices con el que cada día te sirve el café como te gusta… Cada uno debe encontrar su lugar, su escala, su nivel de compromiso… pero sentir que no estás sólo, que sumas a un lugar al cuál, en parte, perteneces y en el cuál te sientes bien… nos llena a todos, ¿o no?
Muchas veces no nos lanzamos a proponer acciones conjuntas que motiven a la gente a conocerse, a interaccionar… por miedo a eso, a interaccionar. Pero de la interacción improvisada, sincera y proactiva depende, en parte, nuestro futuro y el de nuestros hijos. Si no somos capaces de preguntar la hora o dónde se encuentra una calle… por vergüenza (o inseguridad); tampoco lo seremos de ofrecer ayuda al que la necesite (desde un vecino, a un amigo, un familiar o un compañero de trabajo). Dar es la parte más grata de las relaciones humanas. Un ejemplo es el crowdsourcing, que sigue “viento en popa” dando alas a muchos proyectos nacidos de la iniciativa ciudadana y que sino, no hubieran visto la luz. Y, en muchos casos, la gente no pide nada a cambio. Sabe que ha contribuido a hacer realidad un proyecto en el que cree… ¡eso ya es suficientemente satisfactorio! Sí, recibir también gratifica, pero ya es un camino de regreso. El de ida es más emocionante y siempre implica altruismo y confianza en el género humano.
Insisto que puede sonar incluso bíblico (ni mucho menos mi intención, como laica practicante). Sino, mirad el siguiente proyecto: Helsinki Plant Tram , que ha contado con la participación de diseño final de Wayward Plants. Llenar un tranvía de plantas… ¿para qué? Para conectar sonrisas, para avanzar hacia nuevos modelos, para unir viajes y caminos… yo sólo veo ventajas y espero que proyectos de este tipo se multipliquen en las ciudades. A falta de recursos, buenos son proyectos que potencien la interrelación entre las personas… es más valioso de lo que pensamos y debemos cuidarlo… Los huertos urbanos comunitarios, los bancos del tiempo, los mercadillos de intercambio y segunda mano… son también lugares en los que interactuar, aprender y crecer como sociedad. Las oportunidades para no sentirse solo, son múltiples. Sólo hay que estar receptivo, no tener miedo y dejarte llevar. El resto, simplemente, pasa…
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