¿Quién no sabe qué es una ola de calor? Y más estos días que ya llevamos un par. No me refiero a saber cuál es su definición científica (que la tiene, y que implica tres o más días seguidos a temperaturas máximas superiores a 33,1ºC, en el caso de la ciudad de Barcelona). Me refiero a entender que hace más calor del habitual y a cómo nos está afectando, tanto a nivel de salud como de impacto directo sobre el territorio (por ejemplo, con los incendios). Y como este impacto no es igual para todas las personas, ya que la injusticia climática existe y cada vez es más evidente.
Parece que hemos empezado el verano con mal pie y con un ‘trending topic’: la emergencia climática. Estamos rodeados de mensajes alarmistas que nos avisan que éste será el verano más ‘fresquito’ de los siguientes que nos esperan. Con imágenes de incendios constantes que arrasan espacios habitados y naturales. Y con la previsión de un otoño y un invierno en el que la crisis energética y la económica se unirán en un cocktail mortal para muchas familias.
Los ánimos están por los suelos (y mira que el verano acaba de empezar). Este año la depresión post-vacacional (si es que puedes hacer vacaciones) será otra pandemia que sortear. Dormir mal, pasar el día con calor, y recibir ‘malas’ noticias constantemente, y en muchos casos con el Covid-19 aún rondando; nos está llevando a una situación de desánimo general en el que la salud mental está siendo una de las más afectadas.
Con todos estos elementos sobre la mesa, ¿cuál está siendo nuestro papel? De momento seguimos siendo cómplices pasivos. Miramos, observamos, opinamos (¡mucho!) pero no hacemos nada realmente impactante y transformador. Queremos un cambio pero no estamos dispuesto a cambiar. Como tampoco lo están las empresas, las políticas públicas y el propio sistema capitalista que nos dirige y exigen producir y callar.
Pero ahora que no tan solo nos hemos chocado con el iceberg de manera frontal, y vemos cómo los bloques de hielo campan a sus anchas por la cubierta; sino que nos estamos ‘literalmente’ hundiendo; ¿qué vamos o podemos hacer al respecto? ¿Solo cuando el agua nos moje los zapatos y las mesas floten y no podamos seguir con la fiesta que hace decenas de años estamos celebrando; reaccionaremos? ¿Hasta que no veamos a nuestro vecino o vecina caerse por la borda o peligre nuestra salud directamente o la de la gente que queremos… no empezaremos a gritar, pedir ayuda o directamente actuar? La respuesta es: ¡Sí!
En ese momento (que insisto ha llegado) en el que el colapso nos despierte de un largo y placentero sueño, ¿sólo nos quedará gritar, correr, llorar, pedir ayuda y decir que ‘sí’ a todas las decisiones que se impongan desde los gobiernos y grandes corporaciones? Como ha pasado durante la pandemia… Seguiremos siendo ‘pasivos’ pero en este caso ya no seremos cómplices sino ‘víctimas’ de haber alargado la fiesta más de la cuenta.
En este contexto tan distópico y desesperanzador, ¿de qué sirve un artículo como este? ¿De qué sirve explicar de nuevo que hace tiempo que los científicos nos están avisando y que hemos sido incapaces de cambiar el sistema? Pues sirve para dos cosas. Por un lado, para preocuparos. Sí, justo antes de vacaciones… me podría haber esperado un par de meses… pero en algún momento habrá que ser conscientes de lo que está pasando y lo que pasará, aunque eso nos inquiete y aflija. Es como no querer saber o no admitir que tienes una enfermedad para no pasarlo mal y seguir haciendo lo mismo, como si nada. Pero mientras que no reaccionas, la enfermedad avanza. Mejor saberlo, aceptarlo y tomar medidas, ¿no es así?.
Y, por el otro lado (y aquí llega el rayo de luz, el chaleco salvavidas, la mano desconocida que te agarra desde una barca cercana…), este artículo sirve para despertar mentes (como si nos encontráramos en Matrix y alguien nos desconectara por fin) y buscar soluciones compartidas, viables y bastante inmediatas. ¿Soluciones como cuáles? Una solución que no comparto es seguir disfrutando la vida tal como lo hemos hecho hasta ahora y, llegado el momento, pues ya veremos… Aunque, lamentablemente, crea que es lo que seguramente va a suceder. No se trata tampoco de renunciar a todo aquello que ya hacemos para reducir nuestro impacto: minimizando los residuos en origen, promoviendo la generación distribuida de energía con fuentes renovables, consumiendo productos locales y ecológicos, conservando nuestros espacios naturales y renaturalizando nuestras ciudades, promoviendo dietas más sostenibles y saludables, etc.
No se trata de quedarnos mirando impotentes y no hacer nada. Hay que cambiar la base de todo, del sistema. Hay que reaccionar, buscar otras maneras de relacionarnos y de consumir, y mientras, debemos ser resilientes como individuos pero sobre todo como sociedad y comunidad. Es decir, tenemos que aceptar que una nueva realidad se está imponiendo y que, en cierta manera, nos tendremos que adaptar a vivir de otra manera. Desde refugiarnos cuando haga mucho calor, a consumir menos de todo (energía, agua y materiales) y de mayor proximidad (no sólo por su menor impacto ambiental, sino también para favorecer economías de escala y asegurar que no nos faltará el alimento); o incluso deberemos pasar a ser recolectores y constructores, ¿quién sabe?
Hay muchas acciones a impulsar y cambios a promover. Uno de los más importantes y difíciles es el cambio cultural y de mentalidad hacia una transformación social que se centre en las personas: ayudarnos, conocernos, no temernos, compartir conocimiento, intercambiar materiales y tiempo, escucharnos y organizarnos en comunidad… En definitiva, salvarnos los unos a los otros y generar relaciones de confianza y apoyo mutuo.
Las crisis suelen ser traumáticas y lamentablemente afectan primero a los más vulnerables, pero también son oportunidades ‘forzosas’ para cambiar el sistema actual. Un sistema que nos mantiene dormidos y obedientes y que en ningún caso es el mejor para todo el mundo. Un sueño eterno y plácido que nos está llevando al colapso ambiental, económico y social. Despertar es el primer paso. El segundo es sobrevivir. El tercero es pasar a la acción, desde la comunidad. Y el cuarto, ¡transformar! No es una fórmula fácil, ni cómoda, pero es lo que hay. ¡Tú decides! ¿Qué prefieres: la pastilla roja o la azul?
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