Muchos de los que leéis este post sabéis perfectamente quién es en Curro Claret y muchos no habéis escuchado hablar de él. De aquí viene mi interés en difundir esta entrevista que le hice el año pasado para la revista Opcions. Fue un placer conversar con él y visitar su taller en la Fundació Arrels. Pero, ¿quién es en Curro Claret?
Diseñador industrial que desde 1998 trabaja como diseñador freelance para empresas, galerías, exposiciones y para algunas organizaciones como Arrels Fundació. También es, de vez en cuando, profesor y tallerista de diseño industrial, principalmente en la escuela IED de Barcelona. Actualmente forma parte de la Junta Directiva del FAD (Fomento de las Artes y el Diseño). Los diseños de Curro Claret, sean objetos o sean proyectos, surgen de la reflexión constante sobre el papel del diseñador en la sociedad y la incorporación del consumidor final en los procesos de creación. Confía en el cambio que supone pasar de tratar al consumidor únicamente como alguien que consume un producto sino también como alguien que participa de su creación, lo hace suyo, lo adapta y lo mejora. Así pues, incorpora el consumidor final en sus procesos de creación para que estos sean participativos y el resultado final se adapte en un 100% a las necesidades del consumidor. Entiende el diseño como herramienta para generar procesos de inclusión, colaboración y codiseño con personas en situación de fragilidad.
Según él, “el diseño tiene que generar algún tipo de cambio, mejorar la situación inicial. Ya sea en el proceso de producción, en el uso del producto o en la vida posterior del producto. Si no, el diseño es sólo maquillaje.” Así empieza una conversación con Curro, transparente, sin pretensiones, como él.
A menudo te refieres al papel social del diseño. ¿Es una oportunidad?
El diseño tiene que ser una oportunidad para incidir en la vida de las personas y especialmente en aquellas que se encuentran en una situación de vulnerabilidad. Desde el diseño se pueden incorporar elementos para que las personas se impliquen en la fabricación del producto previo al consumo final.
¿Se pueden situar las personas en el centro del diseño, en vez del beneficio económico?
Tendría que poder ser así. Todo objeto o proceso de diseño tendría que considerar su incidencia en las personas. En las que están involucradas en este proceso, en las que no lo están y en los posibles usuarios o colectivos que indirectamente podrían tener alguna relación.
¿Cuál es tu trabajo en la Fundació Arrels?
En Arrels trabajamos con personas que han vivido en la calle. Les proponemos el diseño como una oportunidad para dar una segunda vida a materiales que han sido rechazados, de los cuales alguien se ha desprendido. Desde el año 2010 tenemos un proyecto a través del cual construimos piezas de mobiliario. Los materiales reciclados se unen entre ellos con una pieza metálica que diseñé expresamente para este uso. Este proceso permite poner en práctica las habilidades personales, fomenta la creatividad y da herramientas para conocer nuevos recursos técnicos. Hemos hecho bancos, taburetes, lámparas y otros objetos.
¿El objeto es el objetivo?
El objeto es importante pero no es lo más relevante. El verdadero valor de lo que hacemos es el proyecto. Proyectar la pieza, pensarla, construirla, etc. Y hacerlo de forma respetuosa, ética y beneficiosa para las personas. En los momentos actuales, la estética del producto final a menudo nos ciega y toma una importancia excesiva. Olvidamos que el objeto tiene que ser la consecuencia de una cosa más trascendente, de un recorrido que ha implicado personas y procesos más o menos industriales.
¿Si un objeto no mejora la vida de quienes lo usamos, no merece ser creado?
Cualquier cosa que hacemos tiene un impacto e implica un uso de recursos naturales que no siempre es asumible. Cada vez somos más conscientes de que tenemos que hacer las cosas de otro modo y esto exige repensar las reglas del juego. Se trata de dejar de hacer más de lo mismo en esta espiral de falsa novedad y de seducción constante, detrás de la cual no hay otro trasfondo que vender más, y pasar a asumir los retos existentes y buscar soluciones que los resuelvan con argumentos mucho más sólidos que los que el mismo mercado nos plantea.
¿La sociedad actual permite que los usuarios participemos en la producción de aquello que consumimos?
Nos encontramos en unos momentos en los cuales, como ciudadanos, parece que tenemos que asumir más responsabilidades de las que asumíamos hasta ahora. En la política, en el sistema de organización de los barrios y en el uso de los recursos empleados en los productos de consumo. Hasta ahora, quien tenía dinero podía adquirir objetos que le daban un servicio. Quizás ahora, esta dirección no es tan lineal y simple, y tenemos que asumir un papel que antes no admitíamos o simplemente no creíamos necesario. El consumo materialista es una vorágine y hacen falta nuevos planteamientos para huir del «utilizar y tirar». El consumidor tiene que ser capaz de relacionarse con los objetos que lo rodean y que ha adquirido teniendo un papel más proactivo. Teniendo más capacidad para transformarlos, para adaptarlos, para repensarlos, para alargar su vida útil. Al final, todo acontece en una oportunidad para repensar cómo tienen que ser estos objetos y cómo tiene que ser nuestra relación con ellos.
¿Actuar en dimensiones pequeñas, como en las que trabajas tú, tiene un impacto ambiental y social suficientemente positivo?
Está claro que cuando trabajas a escalas más grandes los resultados pueden ser más impactantes también desde el punto de vista positivo. Pero ¿qué es el impacto de las cosas? ¿Ayudar a la vecina a llevar la compra a casa, es importante? ¿Es impactante? No me obsesionan los números, lo que quiero es provocar cambios, por pequeños que estos sean.
Cuando crecemos, ¿nos pervertimos?
Tenemos la herencia de la economía del crecimiento y parece que crecer es natural. ¿Dónde nos ha llevado esta manera de crecer cuando ahora, precisamente, se habla del decrecimiento? Un modelo a escala muy pequeña a veces puede ser la decisión más eficiente, deseable y humana. Parece que hay una relación muy directa entre aquello humano y la medida de la actuación.
El diseñador, en teoría, es alguien que resuelve problemas. Pero a menudo, su función va más allá de esto. Una vez está resuelto “cómo sentarse” no habría que inventar más sillas sino fijarnos en otros retos sociales
No sé cómo, pero creo que tenemos que ser mucho más exigentes con lo que tenemos. Quizás para una persona una bicicleta es un instrumento de un valor enorme, la cuida, la valora. Mientras que para otra persona, que puede tener más de una, no tiene ningún valor. No se trata tanto del objeto en sí, sino del uso y valor que nosotros le damos. No consiste en acumular cosas sin sentido; sino en asegurarnos que aquello que tenemos tiene un papel importante en nuestras vidas. Muchos de los productos que compramos pasan por nuestras vidas sin dejar ninguna huella, los ignoramos, no nos aportan nada. Pero, si cada uno de nosotros le da sentido a aquello que tiene, lo cuida y lo pone en valor constantemente, su impacto final será mucho más positivo y está claro que nuestro consumo disminuirá porque sólo compraremos aquello que realmente nos aporte valor. Y esto, está claro, tendrá implicaciones ambientales y sociales claras.
Muchas de tus obras se encuentran a medio camino entre obra artística y objeto doméstico. ¿Es intencionado?
Me gusta mucho la ambigüedad entre arte y diseño. Un objeto diseñado puede acabar en una galería, se puede comercializar en un espacio comercial normal, puede quedar en manos del consumidor que lo tiene que construir con unas instrucciones, puede quedar en sólo diez unidades o bien puede coger muchas derivas siendo exactamente el mismo. No dependerá sólo de mí lo que pase con aquellos objetos. Lo que se vende o no se vende no es el único parámetro para valorar un diseñador. Ya me gusta la ambigüedad y a pesar de que en ciertos momentos las etiquetas ayudan, en otros casos comportan un paso atrás. ¿Esto es diseño o es arte? Que le digan cómo quieran.
¿El diseño es una disciplina que sólo aplican los diseñadores?
En italiano, design quiere decir dibujar, proyectar. En el inglés, el diseño se relaciona con el verbo play, que define acciones que también se aplican al teatro o a la música. El diseño forma parte de la esencia de la vida. ¡Todos la podemos practicar! Diseño no es bricolaje. Sino preguntarse qué hacer para comer y decidir un menú a partir de los elementos que encontramos en la nevera. Diseñar es ser capaz de ser creativo y de encontrar respuestas constantemente.
¿Te consideras un consumidor consciente?
Creo que soy un mal ejemplo de consumidor porque consumo muy poco. Soy mucho de reutilizar. Esto seguramente me viene de herencia familiar, de mi madre. ¡Ella no tiraba nada! Todo lo reutilizaba constantemente. Mi consumo se basa en la comida. En este caso, estoy muy pendiente de donde viene aquello que compro y quien lo ha hecho. Hay una diferencia entre una manzana cuidada de manera más sostenible, sin químicos y cultivada más cerca, y una tratada de manera industrial. También me pregunto quién se beneficia y cuál es su valor nutricional. Y en el resto de bienes reacciono cuando ya no pueden durar más, como es el caso de la ropa.
¿Tenemos que ser más exigentes, como consumidores?
Unamuno decía que «sólo los necios confunden precio y valor». Lo que pagamos por las cosas no corresponde a su valor real, y hay una gran confusión entre la población para saber por qué las cosas cuestan lo que cuestan. Esto nos exige ser más curiosos y en consecuencia, más exigentes.
¿Tienes alma de homeless?
Cierto tipo de diseño siempre se ha clasificado de cierta manera y el hecho que no estés en aquel contexto hace que no respondas a aquellos patrones y entonces te quedas fuera. En este sentido, sí que me siento un poco así. Por otro lado, hace tiempo que me he implicado en acciones con personas que han vivido en la calle y esto también me ha hecho partícipe de este modo de vivir. Y también me atrae mucho la no dependencia material, tener poco, necesitar pocas cosas y poder traer todo aquello que necesitas encima: ser más libre. Naturalmente, cuando tenemos pocas cosas porque no podemos tener más es diferente a no tener por no querer tener. Pero no deja de ser una opción de consumo que me atrae y me hace sentir mejor.
¿Crees que estamos preparados como sociedad para pasar a la acción?
Muchas veces hace falta que nos convirtamos en activistas, que pasemos a la acción, para buscar aquello que el sistema no hace porque no funciona como lo tiene que hacer. Y esto no lo hacen sólo los «antisistema», a pesar de que así nos lo hagan creer. Nuestro sistema actual no tiene capacidad para autocuestionarse ni para permitirse propuestas alternativas. Por lo tanto, tener espíritu crítico, pero «con cierto rigor», me parece un aspecto bastante importante. Todo el mundo nos atrevemos a opinar sobre cualquier tema –típica conversación de bar– a pesar de no saber suficiente –yo mismo en esta entrevista. Creo que todos habríamos agradecido y agradeceríamos que en las escuelas nos ayudaran a desarrollar un mayor grado de capacidad crítica y a reconocer que, en algunos casos, sería mejor quedarnos callados.
¿Un cambio social es más importando que un cambio tecnológico?
De hecho, lo que resultaría ideal serían cambios sociales acompañados de adelantos tecnológicos que los apoyaran, pero esto no suele pasar. Existe una confianza casi ciega que sitúa la tecnología como la gran solución a todos los retos existentes, tanto desde el punto de vista ambiental como desde el punto de vista social y económico. Pero no siempre es así. Ahora mismo, y teniendo en cuenta todos los grandes inventos de los últimos 100 años, resulta que hay más injusticias y desequilibrios sociales que nunca. Que esto no sea así depende de la voluntad y los valores de las personas. Y del coraje para llevarlos a cabo.
*Entrevista realizada para la revista Opcions, publicada el día xx de julio de 2017 en versión digital y parte del número 51 de la nueva revista rediseñada. Algunos de los proyectos de Curro, organizados por orden cronológico:
- Sabater, 1997. Galería Opos, Milán.
- Postal digital, 1998. Postal realizada con papel sensible que recoge las huellas de todos los que la tocan (funcionarios de correos, el cartero, la portera, el remitente, el destinatario…) a lo largo de su recorrido.
- Boli papel, 1998.
- Frutero malla, 1999. Galería h2o y en venta.
- Cucurucho para castañas, 2001 (foto: Eduard Puertas). Con doble recipiente, uno para las castañas y el otro para los cáscaras.
- Lámpara sombrero, 2002 Cha Chá.
- Separador de bolsas para la basura, 2002 (foto: Eduard Puertas). Guía móvil para sujetar diferentes bolsas para reciclar papeles, plástico, vidrio…
- Mesa migajas, 2003. Al cortar el pan las migajas caen en un embudo y después a una manguera que las conduce a un recipiente al exterior de la casa para los pájaros libres.
- Carrito yayas, 2005. Kit para añadir al bastón de los abuelos y abuelas que permite acoplarse al carrito de la compra para poderlo traer entre dos.
- Jarrones de chapapote, 2006. Realizado con chapapote (restos de petróleo) recogido en las costas de Galicia después del accidente del petrolero Prestige.
- Banco de iglesia ‘Por el amor de Dios’, 2010 Barcelona.
- ‘La pieza’ T-300 y mobiliario (2010) (fotos: Juan Lemus). La pieza está realizada con una máquina de corte láser, una tecnología accesible y económica para pequeñas series. La organización que quiera y lo solicite puede acceder gratuitamente a los planos para realizar su producción siempre que los muebles estén realizados por colectivos en riesgo de exclusión social, en mayor o menor grado, a los cuales la propuesta les suponga una vía que les ayude en su situación. La pieza permite unir varios elementos en desuso y crear muebles únicos con los cuales se han diseñado dos tiendas de Camper de Barcelona y Madrid. En el vídeo Camper Together Curro Claret & Arrels Fundació, de Raul Cuevas, se entiende muy bien el proyecto.
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