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Concepción, codiseño, dinamización y relatoria de un espacio de debate sobre los Retos ecosociales del s.XXI

El futuro está aquí y ahora

Este relato se ha elaborado a partir de las tres sesiones que tuvieron lugar entre los días 28 de febrero y 1 de marzo de 2023 en el Tecnocampus Mataró-Maresme, a lo largo del itinerario de Retos Ecosociales del siglo XXI del V Foro de Medio Ambiente y Mundo Local. La redacción se ha elaborado conjuntamente con Alexis Rossell y el equipo de Medio Ambiente de la Diputación de Barcelona. Más información sobre este Foro (vídeos y relatorias) en este link.

Hope and future (Lexica.art). Imagen generada con un motor de inteligencia artificial.

Cuando hablamos de retos o de transición estamos asumiendo implícitamente la necesidad de cambiar. Estamos admitiendo que el modelo socioeconómico actual no tiene más margen de recorrido y que debemos reinventarnos para adaptarnos a una nueva realidad marcada por unas limitaciones que la ciencia lleva años advirtiendo y que cada vez son más palpables a todos los niveles. De hecho, nos encontramos inmersos en un contexto de permacrisis que nos afronta continuamente y de forma exponencial a numerosas alteraciones que desafían el statu quo. En este contexto, las administraciones locales tienen un protagonismo inequívoco en la gestión de los recursos comunitarios y es necesario repensar su papel para facilitar la transición hacia un modelo socioeconómico más justo y sostenible. La sociedad actual vive en una dicotomía que nos posiciona de forma contradictoria sobre si tenemos o no la capacidad de cambiar nuestro modelo de convivencia para hacer frente a los retos ecosociales del siglo XXI. Por un lado, los relatos distópicos, habituales incluso en series y programas de televisión, nos abocan a un pensamiento colapsista que nos hace sentir incapaces de transformar la realidad. Deberemos pagar las consecuencias de haber vivido por encima de nuestras posibilidades y aceptar que las situaciones inéditas a las que habrá que adaptarse serán numerosas e injustas. En un futuro cercano, hacer 50 kilómetros en un día no será viable y tomar un avión por ocio será una opción sólo accesible a una parte de la sociedad, la más rica. Todas aquellas hipotéticas soluciones a las que nos apegamos para seguir viviendo como lo hacemos (como el coche eléctrico, las energías renovables, la economía circular o nuevos materiales, entre otros), sin que la ecoansiedad o la mala conciencia nos sorprenda a traición, son insuficientes. Ahora mismo no llegamos a hacer virar la dirección del barco. La inercia es demasiado grande. Es tarde.

Hope and future (Lexica.art). Imagen generada con un motor de inteligencia artificial.

Por otra parte, se vislumbra una nueva época donde las reivindicaciones sociales irán dirigidas más a reclamar una redistribución de la riqueza que un aumento del salario. Habrá una oportunidad real de luchar por la equidad. Un futuro en el que el reparto justo de la riqueza genere un mayor bienestar social y emocional para todos. Nuestra capacidad de adaptación hará posible que ante la obligada renuncia a los privilegios adquiridos en este último siglo y medio, las estrategias de supervivencia no sean sólo un ‘ir a menos’ sino un ‘ir a mejor’. Está demostrado que un incremento del PIB no ha supuesto un incremento de la felicidad. A partir de cierta situación de bonanza y comodidad, el ‘tener más’ no lleva a ser más feliz sino que este ‘estado inducido’ se estabiliza y no crece. La satisfacción puede alcanzarse de otras formas. Disfrutando del tiempo con aquellos que amamos y nos aman o con aquellos con los que compartimos intereses similares. La ‘convivialidad’ (Referencia al concepto propugnado por el pensador austríaco Ivan Illich (1926-2002) en la obra Tools for conviviality (1973)) nos salvará: refuerza la base social y genera espacios de felicidad compartida. En este contexto, es necesario transitar hacia un modelo menos consumidor de cosas y más generador de experiencias en comunidad. Si la pregunta es si hacemos placas solares o clubs deportivos, la respuesta sería: ambas cosas. ¡Y de manera urgente! Recapitulemos: vivimos en un estado de contradicción casi permanente. Ante la crisis de nuestra civilización nos sentimos inútiles, incapaces de cambiar algo y vulnerables; pero, al mismo tiempo, estamos esperanzados y nos empoderamos para crear modelos de futuro. Escenarios de futuro que, aunque deseados, a menudo no tenemos claros o no nos resultan suficientemente atractivos. Y aunque el ser humano se ha adaptado siempre a lo largo de la historia, estamos ante cambios estructurales que significarán renunciar a lo que para nosotros, ahora mismo, es un ‘derecho’: un consumo inmediato e insostenible . Y toda preocupación que ahora intentamos despertar entre la ciudadanía con mensajes distópicos o utópicos (ahora esto no importa) y que en los años 60-70 podía parecer ‘voluntarismo ambiental’, ahora no es más que ‘egoísmo vital’. Nos va nuestra forma de vida, nuestra comodidad y lo que es más grave e importante, nuestra supervivencia. Y a esta dicotomía entre la inacción generada por un sistema que nos incapacita y una esperanza infundada e impulsada por la ilusión, cabe añadir la actual desconexión entre las personas y el medio natural, especialmente en una población cada vez más urbanizada que en Cataluña ya representa el 95% de la población. La falta de vínculo y de conocimiento del territorio nos hace perder el sentimiento de pertenencia al entorno natural y, por tanto, fomenta actitudes cada vez menos ecológicamente responsables.

Hope and future (Lexica.art). Imagen generada con un motor de inteligencia artificial.

Lo que no podemos perder de vista son las conquistas históricas logradas: una protección social sanitaria, una escolarización obligatoria, una alimentación y una vivienda cada vez más accesibles, entre otras. En el caso de la alimentación y la vivienda se necesitan nuevas normativas por parte de la administración pública, ya que éstas se encuentran en peligro.

“La alimentación es nuestro cordón umbilical con la naturaleza, es el único vínculo con la tierra común a todos los seres humanos y es necesario blindarla, ya que es fundamental.”

En el caso de la alimentación, el reto es enorme, puesto que se trata de un derecho básico que ha pasado a ser una mercancía que, además, tiene graves impactos sobre los ecosistemas y las personas. Y aunque sea un ámbito tan transversal e imprescindible para nuestras vidas y el modelo económico, la agenda política no lo prioriza. Las administraciones desempeñan un papel clave en este contexto. Por ejemplo, apoyando proyectos de educación ambiental ligados a un modelo alimentario más justo y sostenible, de conexión del mundo rural y el mundo urbano, de facilitación de espacios a los productores (como serían los obradores) para facilitar el camino a los pequeños productores, etc. Es necesario fomentar un modelo alimentario que esté al servicio de los productores de alimentos y de la ciudadanía que los consume, como sería el caso de los mercados de agricultores impulsados ​​desde la sociedad civil. Es más, la compra pública de alimentos en residencias de ancianos, escuelas, hospitales, centros penitenciarios, etc. deviene de gran valor para la generación de actividad económica… Se necesitan, pues, políticas alimentarias coherentes que ahora mismo no existen. Aunque sí se cuenta con experiencias de gestión comunitaria que promueven un modelo agroecológico, como los huertos comunitarios o las aulas ambientales asociadas. Sin embargo, el acceso a la tierra es muy complicado entre los jóvenes a pesar de la existencia de algunas subvenciones. La comida, un bien absolutamente esencial, tiene un precio de mercado que no se corresponde con la realidad y está totalmente infravalorada. Existe un sesgo entre el coste de producción (tanto físico como económico) y el coste de consumo (impuesto por el mercado mayoritario). La situación es de mucha precariedad, las ayudas públicas son pocas y requieren mucha gestión burocrática, lo que ahoga a los pequeños agricultores. En otros países, como Francia, existen muchas más ventajas administrativas para el sector primario que permiten mejorar las condiciones de los trabajadores, facilitar el acceso a la tierra, producir de forma más sostenible y diversificar los usos del suelo.

“Se ha avanzado mucho tecnológicamente para hacer posible una transición energética, ahora lo que hace falta es implementar nuevos modelos de liderazgo y gobernanza comunitaria.”

Hope and future (Lexica.art). Imagen generada con un motor de inteligencia artificial.

En el ámbito de la transición energética, es necesaria una apuesta clara por nuevos modelos de producción y consumo más justos y sostenibles. El agotamiento de los combustibles fósiles y del uranio nos lo pone en bandeja y aquí, una vez más, las administraciones desempeñan un papel clave. Ya se cuenta con la tecnología suficiente, lo que hace falta es implementar sistemas de gobernanza y liderazgo que permitan implicar a la ciudadanía, y considerar su gran diversidad de individuos, con sensibilidades y motivaciones muy dispares. Crear una comunidad energética requiere muchos trámites burocráticos que no todo el mundo es capaz de llevar a cabo y cuesta implicarse, puesto que es más fácil y cómodo depender de una distribuidora convencional. Para instaurar un modelo de gestión y consumo de energía sostenible es necesaria una implicación comunitaria, pero en pueblos pequeños falta tejido asociativo por falta de densidad poblacional y esto hace que sea muy difícil promover un cambio de este tipo. No hay respuestas para todo, pero es necesario seguir trabajando para potenciar la gestión cooperativa de los recursos y ésta sería una posible línea de trabajo de las administraciones públicas.

“El agua es un bien esencial para la vida y su gestión a menudo está regida por intereses privados que sacan beneficios económicos a costa de un recurso básico e imprescindible.”

La gestión del agua recae en los ayuntamientos, los cuales pueden implicarse más o menos activamente y llevar a cabo esta gestión de forma directa o indirecta. Una opción es facilitar un modelo de gestión cooperativa en el que los usuarios no son consumidores sino propietarios y participan en la gestión democrática del agua. Así, el agua deja de considerarse un bien mercantil y se trata como un derecho humano, incorporando también un fondo de garantía social para no dejar a nadie sin acceso al agua, incluso si no puede pagarla. En este tipo de modelo no hay ánimo de lucro y, por tanto, los beneficios económicos se reinvierten en la búsqueda de nuevos recursos hídricos, en mejorar la red hidráulica, en la aplicación de nuevas tecnologías más eficientes, en la reducción del consumo y en la disminución del impacto ambiental derivado de la gestión. Eso sí, estos sistemas cooperativos funcionan en poblaciones en las que existe una fuerte cultura asociativa/cooperativista, lo que evidencia que es necesario fomentar, en general, la cultura de la gobernanza compartida.

“Hay que apostar por una transición ecosocial justa y democrática.”

El sistema global actual no tiene más margen de recorrido y, por tanto, es necesario crear y fortalecer una red de iniciativas comunitarias que imaginen escenarios de futuro más justos, solidarios y sostenibles y hay que capacitarla para que pueda mantener estos proyectos de futuro deseable. Esta línea de trabajo, impulsada desde la economía social y solidaria, no puede avanzar de espaldas a las políticas públicas y sinergias existentes. Sus objetivos son muy similares y los esfuerzos y miradas deben sumarse y enriquecerse. Ningún político habla de decrecimiento, es una palabra con connotación negativa y muy difícil de entender porque, en el imaginario colectivo, se asimila al empobrecimiento. Es difícil entender que el decrecimiento económico implica crecimiento en otros ámbitos como la sanidad o la educación y también implica poner los cuidados en el centro. Hay que reivindicar la parte positiva del decrecimiento, y aprender a hablar de otra manera para llegar a los sectores estratégicos, y buscar personas con capacidad de influencia para hacerlo.

La administración tiene el reto de poner sobre la mesa el concepto de límites, de decrecimiento o de postcrecimiento: una idea que a menudo no es bienvenida y no gusta. Es necesario valentía, invertir recursos públicos, poner herramientas al alcance de las iniciativas transformadoras, apelar a la acción colectiva por encima de la acción individual e influir en el cambio de paradigma: podemos decrecer aportando prosperidad y bienestar. Hay que creer en esta transformación y sobre todo hace falta voluntad política. Las administraciones están hechas por personas y las personas pueden promover cambios. Sin embargo, otro reto es que no se apela lo suficiente a la acción colectiva. Se sigue comunicando en clave individualista y un ejemplo son algunas campañas de concienciación ciudadana sobre temas ambientales. Lo que realmente hace falta es formar equipos multidisciplinares que incorporen profesionales del ámbito de la sociología, de la psicología, de la pedagogía o de otras disciplinas que ayuden a inspirar la acción colectiva y hagan de puente entre las decisiones basadas en hechos científicos o políticas y la ciudadanía. Por otra parte, también es necesario reducir el margen entre lo que necesitamos y lo que utilizamos, eliminar el consumo absurdo y generar un ahorro que se pueda revertir hacia aquellas economías sociales a desarrollar. Este cambio de paradigma resulta muy difícil porque, por un lado, es necesario un cambio de hábitos y actitudes, pero por otro, desmaterializar y decrecer tiene un impacto social en términos de recursos y puestos de trabajo. Continuamos necesitando un sistema que funcione, pero hay que planificar la transición teniendo en cuenta a todos para no dejar a nadie atrás.

Elementos clave del itinerario

1. Crear nuevos relatos que rehuyan la utopía y la distopía, que llamen a codiseñar futuros todavía posibles y comuniquen la necesidad de decrecer de forma más seductora. Es necesario transitar hacia un modelo menos consumidor de cosas y más generador de experiencias y proyectos en comunidad. realizar proyectos juntos, reforzar la ‘convivialidad’ y generar espacios de felicidad compartida.

2. Decrecer económicamente puede acarrear crecer en bienestar y educación. Para plantear el decrecimiento hace falta valentía política, además de invertir recursos públicos, poner herramientas al alcance de las iniciativas transformadoras, apelar a la acción colectiva por encima de la acción individual e influir en el cambio de paradigma: podemos decrecer ganando prosperidad y bienestar. Hay que reivindicar la parte positiva del decrecimiento, aprender a hablar de otra forma para llegar a los sectores estratégicos, y buscar personas con capacidad de influencia para ello.

3. Apelar a la acción colectiva por encima de la acción individual. Gran parte de campañas de sensibilización ambiental apelan a la responsabilidad individual. En el contexto de la transición ecosocial es necesario fomentar la organización comunitaria y, por tanto, el discurso de la administración debe empezar a interpelar la acción colectiva por encima de la individual.

4. La clave está en incorporar perfiles humanistas en el diseño y ejecución de políticas ambientales. Es necesario formar equipos multidisciplinares que incorporen profesionales del ámbito de la sociología o de la psicología o de otras disciplinas humanistas que ayuden a inspirar la acción colectiva y hagan de puente entre las decisiones basadas en hechos científicos o políticas y la ciudadanía .

5. Hay que actuar de forma coherente con el metabolismo del territorio y organizarnos de forma funcional para hacer frente a los retos ecosociales. Es necesario apostar por una transición ecosocial justa y democrática aprovechando las dinámicas propias de cada territorio, potenciando la relación público-comunitaria y buscando alternativas a la clásica fórmula utilitarista de ayudas y subvenciones.

6. La transición energética sigue siendo una apuesta clara que ha progresado muy tecnológicamente. Ahora, sin embargo, es necesario invertir esfuerzos para fomentar nuevos sistemas de gobernanza y liderazgo. Hay que seguir impulsando la transición energética, potenciando la gestión cooperativa de los recursos energéticos. Ya se cuenta con la tecnología suficiente, lo que hace falta es implementar sistemas de gestión compartida. Sin embargo, este progreso tecnológico y social debe ir acompañado de una reducción del consumo energético.

7. El éxito de la gestión comunitaria del agua depende del soporte de las administraciones y de la cultura asociativa del territorio. Hay que facilitar modelos de gestión cooperativa en los que los usuarios no sean simples consumidores sino también propietarios, participando en la gestión democrática del agua.

8. La alimentación es nuestro cordón umbilical con la naturaleza. Son necesarias políticas que fomenten un modelo alimentario que esté al servicio de los productores de alimentos y de la ciudadanía que los consume. Los proyectos de educación ambiental son clave para tomar conciencia de la necesidad de poner en marcha un modelo agroalimentario más justo y sostenible.

 

En este itinerario se contó con la presencia de:

  • Enric Pol, catedrático de Psicología Social y Ambiental de la Universidad de Barcelona • Joaquim Sempere, profesor emérito de Sociología de la Universidad de Barcelona.
  • Marta Guadalupe Rivera, profesora de investigación del instituto INGENIO (CSIC-UPV) e investigadora honoraria de la Universidad de Coventry.
  • Sergi Picazo, periodista, socio fundador y co-editor de Crítico.
  • Ana Romero, jefa del Servicio de Emergencia Climática y Educación Ambiental del Área Metropolitana de Barcelona.
  • Irma Fabró, directora del Área de Medio Ambiente y Sostenibilidad del Ayuntamiento de Viladecans.
  • German Llerena, técnico en el Ayuntamiento de Sant Cugat del Vallés, profesor de Educación y Comunicación Ambiental en la UAB.
  • Santi Martínez, director general de Km0 Energy.
  • Adrià Solé, representante de la Asociación Agroecológica Can Mercaderet.
  • Francisco Serrano, vicepresidente de la Comunidad Minera Olesana SCCL.
  • Eva Vilaseca, portavoz de Futuros Imposibles.
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