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Comprar local nos hará menos vulnerables

La venganza del consumo

Después de meses de confinamiento, desescalada, fase 0, fase 1, segunda ola, tramo 1… y quien sabe que más nos espera, se acerca Navidad y alguien se plantea: ‘Esta es mi oportunidad; ha llegado la gran venganza”. Se trata de comprar más regalos que nunca para satisfacer el deseo acumulado de una normalidad que nadie sabe bien cuándo volverá, si es que vuelve (o si queremos que vuelva). Niños encerrados casi 50 días merecen más juguetes que nunca para hacerles saber que los amamos y que los premiamos por el gran esfuerzo que han hecho y que siguen haciendo pasando casi todo el día en la escuela con la mascarilla puesta. En fin, se oyen las trompetas de fondo y se intuye un tió, un Papá Noel o unos Reyes Magos más estresados ​​que nunca, con un exceso de paquetes y recompensas para un futuro mejor.

Porque después de tanto sufrimiento e incertidumbre, nos merecemos un premio, ¿verdad? ¡Consumir! Pero consumir ¿qué, dónde y cómo? Quizás todavía estamos a tiempo de hacernos estas preguntas antes de salir corriendo por la puerta de casa (en el mejor de los casos) o bien abrir el portátil o realizar búsquedas en el móvil (en la mayoría de los casos). Cuando consumimos somos responsables de lo que estamos comprando. Somos responsables de su creación y de su paso por el mundo. Pensemos, pues, unos instantes, lo que estamos a punto de hacer.

Antes de entrar en materia quería hacer un breve apunte: no todo el mundo podrá realizar compras compulsivas esta Navidad, por razones económicas. La crisis sanitaria se convierte en una gran crisis económica, como se está evidenciando todos los días. Por eso, este artículo va dirigido a quien, pese a la crisis, pretende comprar muchos regalos, porque quiere o porque puede. De todas formas, parece algo cínico hablar de consumismo cuando hay tantas familias que no llegan a fin de mes en un año tan convulso como el 2020.
 

La responsabilidad nos lleva a hacernos preguntas

Así pues, antes de empezar una compra compulsiva, asumamos la parte de responsabilidad que nos corresponde y hagámonos algunas preguntas. Las primeras no son las relacionadas con el impacto ambiental o social de los productos, sino las que tienen que ver con nuestras emociones. ¿Cuál es el motivo para comprar estos productos, nos gustan, hace tiempo que los queremos, queremos que formen parte de nuestras vidas… o los compramos porque toca y nos lo podemos permitir?

Naturalmente, no os estoy planteando que os hagáis estas preguntas cuando vayáis a comprar el pan o la leche (sería divertido imaginarse a la gente en la cola de comprar el pan ―ahora siempre hay cola― preguntándose estas cosas: ‘Esta barra de pan ¿me hará más feliz?’).

Más allá de si lo que compramos pasará por nuestra vida sin dejar huella o dejando alguna, el siguiente paso es plantearse el origen, los materiales de los que está hecho, la situación de los trabajadores que la han fabricado, la reciclabilidad, etc. del objeto o servicio en cuestión. Y aquí llega un momento clave: ¿consumimos de aquí o no? Una pregunta que cada vez se hacen más personas, puesto que el consumo local no sólo implica un menor impacto ambiental, sino también algo de sentido común y de solidaridad con la gente que trabaja en el territorio.

El fantasma de las externalidades del consumo según el grado de confinamiento. Dibujo: Ana Villagordo (inspirado en el ilustrador Javier Arroyo.)

La globalización, a un ‘clic’

La globalización nos ha permitido tener a un ‘clic’ lo mismo que cualquier otra persona del otro lado del mundo. Nos parecemos más que nunca unos a otros. Hay un Portal del Àngel en cada capital del mundo, donde parece que “esté como en casa”. Se ha perdido la originalidad, la esencia de cada cultura…, pero ahora podemos comprar lo que queramos dónde y cuándo decidamos. Y, aunque hasta ahora salíamos a buscarlo a la calle, resulta que ya no necesitamos eso. Desde el sofá, haciendo la cena, en el lavabo, entre mail y mail o serie y serie, en pijama… compramos y compramos.

En ese contexto llega una pandemia y lo para todo de repente. Imposible que fuera de otra manera y que nos pusiéramos de acuerdo para dejar de consumir. Hacía falta un descalabro así para mostrar el poder que tenemos como consumidores y, por tanto, la gran responsabilidad que debemos asumir. Pero ahora no se trata únicamente de sostenibilidad y salud, se trata de supervivencia. Muchos de nuestros vecinos y amigos se encuentran en una situación límite. Han tenido que cerrar sus negocios, muchos de ellos familiares, y no ven la luz al final del túnel. Y no sólo ellos directamente, sino toda la cadena de otros negocios que les dan servicio y de los que también viven muchas familias. 

No compréis en Amazon!

Y es aquí donde el consumo de proximidad se convierte, ahora más que nunca, en una reivindicación para promover una economía solidaria y de escala, para ayudar a nuestros vecinos, a los comercios de toda la vida. Este nuevo ritmo que nos hemos autoimpuesto a causa de la pandemia del coronavirus nos ha permitido, durante unos meses, tener más tiempo para pensar y menos sitios donde comprar. Esto nos ha llevado a comprar mucho más online y no siempre a empresas o iniciativas locales, sino, y en la mayoría de casos, a empresas como Amazon que nos lo ponen muy fácil: la primera opción de la búsqueda y una entrega muy rápida y fiable. ¡Todo se encuentra en Amazon, todo!

Otras empresas más locales y sostenibles se han puesto las pilas últimamente al ver que costaría recuperar la opción presencial, pero hacer la competencia al gigante de la venta online es muy difícil. En este contexto, y más ahora que ya no estamos confinados al 100% (sólo tenemos toques de queda y confinamientos perimetrales), tenemos la posibilidad de ir a las tiendas y comprar lo que necesitemos. Pero la tentación está clara. Lo tenemos todo a un ‘clic’ del ratón, en un milisegundo de búsqueda por internet, servido en casa sin necesidad de desplazarnos, así de fácil.

Sin embargo, paremos un instante. Dediquemos unos ‘clics’ más, unas búsquedas más a encontrar alternativas que no siempre deben ser presenciales, sino que también pueden ser online, pero que permiten que empresas más locales, cooperativas de artesanos, productores cercanos… puedan superar esta crisis económica, además de sanitaria. Hagamos posible que puedan competir con los gigantes que nos lo están poniendo fácil para no pensar demasiado, consumir mucho y seguir contribuyendo a un sistema que no mira por las personas, sino que busca únicamente el beneficio económico.

Estas reivindicaciones las han hecho desde Ada Colau hasta la alcaldesa de París: ‘No consuma en Amazon’, pidiendo a los ciudadanos que den trabajo a la gente cercana, que consuman productos fabricados en el ámbito local y que den una oportunidad a otro sistema económico menos globalizado, pero más cercano y humano. Concretamente, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, ha animado a la ciudadanía «a no comprar en Amazon ni a grandes plataformas que, no sólo no tributan, sino que no aportan ningún valor añadido a la ciudad» y, por el contrario, a hacerlo en negocios de barrio para apoyar el comercio de proximidad.

Consumo de proximidad versus consumo ‘en la lejanía’. Dibujo: Ana Villagordo.

¿Consumo de proximidad siempre es consumo responsable?

Pero, ¿todos los comercios del barrio venden productos sostenibles, ecológicos y éticos? ¡Claro que no! Aunque compremos al lado de casa, dando oportunidades al pequeño comercio, es necesario mantener un espíritu crítico y reclamar una oferta de productos mejor y mayor que nos beneficien de forma global. Muchos de esos comercios de los que hablamos, sí, los del barrio, de nuestros vecinos, son franquicias que juegan al juego de la globalización. Así pues, es muy difícil realizar unas compras 100% sostenibles y éticas sin tener que dedicarle mucho más tiempo y esfuerzos de los que pensamos.

Por tanto, dejemos de comprar online en grandes plataformas (que, aunque también generan empleo, lo hacen en unas condiciones y con unos sueldos poco justos) y demos un paseo por nuestra calle. Quizás podríamos comprar…

  • ¿En el bazar chino de la esquina, donde los productos que se venden han llegado en grandes contenedores llenos a rebosar, dónde el precio por kilo baja hasta ser prácticamente cero? Quizá por eso todo es tan barato, en estas tiendas apretadas hasta el extremo y donde un inventario debe ser una de las peores pesadillas.
  • ¿En el H&M, en Zara Kids, en el FNAC, en el Woman’s Secret, etc. del centro comercial cercano o de la calle paralela a la nuestra? Si hacemos esto seguimos contribuyendo al modelo de la globalización, aunque la dependienta o el dependiente sean locales. ‘Proximidad física’, pues, no es siempre ‘de proximidad’.
  • ¿En el supermercado donde todo está sobreenvasado o en el establecimiento 24 horas que nos permite comprar cuando no tocaría hacerlo? (aunque, cuando al pequeño de casa se le cae un diente a las nueve de la noche, lo cierto es que va bien tener uno cerca).
  • Todos ellos también son comercios de barrio, pero, en la mayoría de los casos, no nos ofrecen productos bien diseñados, no tóxicos y de origen local. Entonces, ¿cuándo las alcaldesas nos piden que consumamos de manera local, a qué se refieren? ¿A comprar sólo verduras del Parque Agrario del Baix Llobregat, verduras y frutas del Maresme, o ropa con telas locales (¿existen?) tejidas a pocos kilómetros de casa o bien de marcas artesanas? ¿Que apostemos sólo por juguetes de madera, sin pilas y pensados, fabricados y vendidos en nuestra ciudad? ¿O acaso que visitemos el mercado más cercano y nos sorprendamos de todo lo que podemos comprar que no venga del otro lado del mundo (y, además, con la opción de hacerlo a granel)?

Por Navidad, cocina de mercado. Mensaje del Mercado de Hostrafrancs para acercar a la ciutadanía al comercio de proximidad. Foto: Ana Villagordo.

Comprar local nos hará más resilientes

En fin, no es fácil. Las opciones online sostenibles son aún pocas, aunque la pandemia ha hecho surgir muchas. Los comercios de barrio no son todavía un ejemplo de opciones siempre sostenibles, aunque estén comprobando que ofrecer productos de aquí les permite darles un valor añadido y ser más resilientes frente a otras posibles crisis como la de la pandemia, que habrá.

 

 

 

 

 

En el consumo de proximidad, pero de verdad, las mejores opciones son:

  • no tener prisa (éste es uno de los más difíciles),
  • buscar alternativas locales y sostenibles, también por internet, y apostar por estos nuevos modelos de negocio,
  • comprar en los pequeños comercios que saben lo que venden y que se responsabilizan de su buena calidad y funcionamiento,
  • confiar en los mercados municipales que nos ofrecen productos cercanos (y en algunos casos, ecológicos),
  • atrevernos a formar parte de una cooperativa de consumo o incluso asociarnos para sacar adelante un supermercado cooperativo,
  • preguntar de dónde proviene lo que compramos si la etiqueta no nos lo deja claro,

En definitiva, si estas Navidades queremos hacer muchos regalos, pensemos realmente lo que estamos regalando y cómo. Busquemos productos de calidad y con valor añadido. Dediquemos un tiempo a encontrarlos y cuestionarlos y hacernos las preguntas que sean necesarias. Y recordemos que, en los peores momentos de la pandemia, lo que no nos faltó provenía de cerca. Ser autosuficientes en nuestros sistemas de producción puede hacernos más resilientes ante una nueva crisis, y la mejor manera de serlo es apostar por los productos locales, ahora y para siempre.

*Artículo publicado en Sostenible.cat

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