‘A ver qué pasa, a ver qué pasa y a ver qué pasa. No sé qué pasa, ni por qué ocurre, pero siempre me pasa”, se pregunta Rigoberta Bandini en su éxito de verano y música del anuncio de Estrella Damm de este año. A ver qué pasa.
Rigoberta Bandini en el videoclip de A ver qué pasa en un paisaje típico mediterráneo: pinos y, como fondo, playa de aguas turquesas
Yo también me lo pregunto, constantemente. Como divulgadora y comunicadora ambiental y activista doméstica, hay momentos en los que pienso que la fase de explicar e intentar convencer empieza a ser insuficiente. Como dice el activista sueco Andreas Malm en el artículo Por un ecologismo más cabreado, ‘no es suficiente con pedir cosas razonables desde una posición amable’ o ‘a la lucha climática le sobra pacifismo estratégico y carece de acción directa organizada’.
Los convencidos de que hay que actuar con más contundencia ya no queremos oír hablar más de ir de compras con la bolsa de tela o de no utilizar pajas de plástico o de evitar los envases desechables. Ya lo tenemos asumido e incorporado a nuestro quehacer diario, y pensamos que no es suficiente. Y ya no digo nada sobre reciclar, que incluso empezamos a cuestionar desde el cansancio, la frustración y la desconfianza.
«Excusas y más excusas para no asumir que somos responsables en gran medida de cómo está el mundo, de cómo viven y sufren muchas personas y de cómo estaremos pasado mañana»
Los no convencidos, en cambio, aprovechan cualquier excusa para no cambiar sus hábitos. Ahora es la COVID, y con la pandemia del virus también estamos sufriendo la pandemia de un solo uso (para evitar el contagio). Un desastre ecológico atado al miedo y las pocas ganas de hacerse preguntas. ¡Excusas! También lo es el hecho de que las pequeñas acciones no llevan a ninguna parte, que el problema es tan grande e incontrolable para la gente de a pie que no vale la pena cambiar nada. «Yo no puedo mejorar el mundo, sólo puedo vivir lo mejor que pueda. Si yo cambio, el mundo seguirá igual”. ¡Más excusas! Lo de la sostenibilidad es una moda. Todas las marcas ahora son eco y en realidad siguen haciendo lo mismo. Y las que no, son demasiado caras. Así que no puedo hacer nada”. ¡Tonterías! Y aprovechando que el artículo comienza con el fragmento de una canción, nombro a Maria Arnal y Marcel Bagés, que en su último disco se centran mucho en nuestra manera de destruir el planeta, pero también en el poder que tenemos para cambiar el mundo. Es el caso de la canción La gent. La cultura se convierte, a menudo, en uno de los pocos espacios donde se puede respirar, llorar, bailar y coger fuerzas para vivir en esta predistopia. Recapitulando, excusas y más excusas para no asumir que somos responsables en gran medida de cómo está el mundo, de cómo viven y sufren muchas personas y de cómo estaremos pasado mañana.
Les recomiendo que se rodeen de negacionistas para salir de vez en cuando de la burbuja ecoconsciente que nos ciega y nos aísla de la realidad. A menudo, ya me encuentro a alguien que me dice: ¡Eh, que estamos destruyendo el planeta! ¡Me preocupa el futuro de mi hijo! ¡Esto del cambio climático puede que sea verdad y todo!” Pero, que pase de ser consciente (algo que ya supone todo un éxito) a la acción… sinceramente, lo veo difícil. La humanidad no reaccionamos, no nos adelantamos a los hechos, sino que, posteriormente, nos adaptamos a lo que sea necesario. Tenemos más facilidad para curar que para prever.
Personaje anónimo del videoclip de ¡A ver qué pasa! que está recojiendo plásticos del agua y que supera en «atractivo» al mismo Mario Casas
«Cuando nos demos cuenta nos habremos transformado en una sociedad superviviente, reactiva y sin ningún tipo de control y capacidad de decidir cómo puede y quiere vivir»
De hecho, la humanidad somos como una plaga: allá donde vayamos arrasamos, consumimos y contaminamos. No respetamos el equilibrio de la naturaleza (en parte, porque lo desconocemos y no lo entendemos de manera sistémica), aunque, cuando vemos una cascada y aguas de color turquesa, el selfie sale automático y lo compartimos en redes como ‘el paraíso’. Realmente somos una especie desconcertante, capaz de hacer cosas maravillosas y terribles a la vez. Y en ese punto que me encuentro de decepción se me ocurre mirar alrededor y recuerdo que estamos en plena pandemia. Y seguimos adelante, ahora ya vacunados, con restricciones y mascarilla. Y creo que, como estas limitaciones, se irán sumando otras a nuestras vidas, las cuales asumiremos desde la inacción. Y cuando nos demos cuenta nos habremos transformado en una sociedad superviviente, reactiva y sin ningún tipo de control y capacidad de decidir cómo puede y quiere vivir.
«Nos dirigimos al ecofascismo, y por más ‘eco’ que sea no deja de ser ‘fascista’ y seguramente una excusa para controlar a la ciudadanía, como ha sucedido constantemente a lo largo de la historia de la humanidad»
Me imagino un día, no demasiado lejano, en el que sólo podremos conducir el coche dos días a la semana y en una franja horaria, si es que podemos conducirlo; en el que no saldrá agua por el grifo constantemente como ahora; en el que la mascarilla no sólo nos protegerá de virus sino también de partículas en suspensión; en el que coger un avión pasará a ser un lujo mal visto y viajar se convertirá en un acto pedante y derrochador… Un día en el que pensaremos en el pasado, un pasado reciente, y añoraremos ese dispendio de energía, luz, alimentos, ropa. .. ¡dispendio de todo! Pero, sin embargo, seguiremos adelante sumando ‘peros’ a nuestra vida antes cómoda e ilimitada. Y dentro de esta nueva burbuja de limitaciones seguiremos viviendo felices, en una distopía que podríamos haber evitado. No me extraña que Greta Thunberg se cabree, ¡hay para eso y para mucho más! Yo también estoy cabreada porque sé, a ciencia cierta, que mis hijos no podrán disfrutar de la Tierra como lo he hecho yo. Vivirán limitados, rodeados de conflictos por los recursos y sufriendo por la nueva ‘catástrofe’ del año: una tormenta descontrolada, una devastadora sequía, un virus desbocado, un mar plastificado… y, todo, gobernado seguramente desde la autoridad. Nos dirigimos al ecofascismo, y por más eco que sea no deja de ser fascista y seguramente una excusa para controlar la ciudadanía, como ha sucedido constantemente a lo largo de la historia de la humanidad.
Nos toca seguir mitigando, sí; pero cada vez veo más que la resiliencia, la capacidad de adaptarnos, es también clave. Saber cultivar, construir una casa, trabajar con las manos y pensar en clave comunitaria puede salvarnos en un mundo ya casi distópico.
Bien, me parece que he abierto demasiados melones en este artículo; y lo he vomitado todo desde mi cómoda segunda residencia en el pueblo de mis padres, con el aire acondicionado (38 grados fuera), con mi portátil (en casa tenemos 4), con el almuerzo haciéndose y la mesa ya puesta… y escuchando a Rigoberta Bandini, que, aunque habla de amor y de incertidumbre (hace una cuña sostenible demasiado forzada; aquí el videoclip por si no lo habéis visto), me ha hecho reflexionar y escribir sobre el presente y el futuro que nos espera. A ver qué pasa.
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